después

Abrí los ojos con lentitud, acostumbrándome al foco de luz que me estaba dando directamente en la cara. Me sentía aturdida y cansada, como si hubiera estado corriendo sin parar durante la última semana. Por un instante no supe donde estaba, pero de pronto las imágenes se aglomearon en mi cabeza como si alguien hubiera pulsado el botón del play, y fui consciente de que sí que me había pasado los últimos días corriendo sin parar.

El incendio, los karsha viniendo hacia nosotras con la ropa envuelta en llamas y alaridos animales saliendo de sus gargantas, sus ojos totalmente negros sin perdernos de vista ni un segundo, Giselle soltando mi mano y tomando otro camino, una explosión, William gritando mi nombre...

William.

Me incorporé alarmada, soltando un quejido de dolor y llevando automáticamente mis manos a la espalda. ¿Es que no iba a recuperarme nunca de esa maldita caída? Había pasado suficiente tiempo como para que dejara de dolerme. Aunque dormir entre escombros no es que ayudara mucho, la verdad.

Sacudí la cabeza apretando los dientes y me levanté. Tardé unos cuantos segundos en estabilizarme y en que mi visión se aclarara, pero cuando lo hizó, todo en mi interior se calmó de golpe.

William estaba sentado en el alfeizar de una de las ventanas, con el uniforme de soldado que tan bien se ajustaba a su figura, mirando hacia el exterior. Tenía el pelo echado hacia un lado y notablemente cubierto de tierra. Su pelo negro de ensueño ahora se asemejaba más bien a un color ceniza. Se me hacía raro encontrarlo tan desaliñado, sobre todo cuando estaba acostumbrada a verlo siempre con el cabello bien peinado hacia atrás y su elegante y disciplinado porte.

Tenía una rodilla levantada en la que descansaba su brazo. Me fijé en que la pistola estaba en su mano, con el dedo cerca del gatillo, y supe que no había dormido por estar haciendo guardia. Un sentimiento de culpabilidad me abordó con fiereza. William no estaba descansando lo suficiente por tener que cuidar de mí. No era justo.

Di un paso al frente y el inesperado chasquido que hicieron mis botas sobre los escombros provocó que tanto William como yo nos alarmáramos. Se giró de inmediato, con sus intensos ojos grises analizándolo todo. Analizándome a mí, de arriba abajo. Mis mejillas comenzaron a arder y ese estúpido calor se propagó por todo mi cuerpo sin aviso.

William bajó de un salto de la ventana y enfundó la pistola en su cinturón, caminando hacia mí con paso lento, pero firme. Una vez delante, puso sus esbeltos dedos bajo mi barbilla y me hizo levantarla para poder mirarle. Sentí que el aire se escapaba de mis pulmones y mis piernas temblaban. Supe que él también lo había notado, porque su semblante se volvió serio y se alejó de mí.
Era patética.

—¿Has descansado?

Asentí. Su voz era más grave que de costumbre.

—Bien —dijo. Enfundó la pistola y se ajustó el cinturón—. Tenemos que irnos. La Clave no tardará demasiado en encontrarnos, pero no podemos quedarnos aquí mucho tiempo.

—¿Crees que nos localizarán? —pregunté—. Llevamos mucho tiempo perdidos, y a cada día que pasamos a la deriva los karshas lo tienen más sencillo para acabar con nosotros.

William se quedó callado, por lo que supe que estaba buscando las palabras idóneas para tranquilizarme. Lo cual también implicaba mentirme.

—No te preocupes, no respondas —añadí—. No importa.

Recogiéndome el pelo en una trenza lateral, aparté la mirada de él durante algún tiempo. Quería ahorrarle ese mal trago.

Alejarme de él me dolió. Tan sólo fueron un par de pasos, pero sentí cómo mis entrañas se encogían en un gesto lacerante que me hizo detenerme a tomar aire de forma forzada.

Siempre había querido pasar tiempo a solas con William. Habría que estar ciego para no haberlo deseado. Pero aquella no era la manera. Añoraba al resto de personas con las que había estado conviviendo, incluso a Rea, por muchas peleas que pudieramos haber tenido. Temía por la seguridad de Giselle, no sabía siquiera si seguiría viva a esas alturas.

Es cierto que la compañía de William me ayudaba a dejar de pensar en todo aquello, al igual que su habilidad para manejar las palabras a su antojo y hacer que el resto de personas le creyéramos.
Como cuando decía que pronto nos encontrarían y estaríamos a salvo.

Pero, de haberlo sabido, habría elegido cualquier otro instante de nuestras míseras vidas para compartir, no aquel.
Estaba sucia, cansada, hambrienta. Y tenía la ropa empapada por las lluvias que no habían cesado desde hacía tres días.

—Ruby.

Algo dentro de mí pensó que me llamaba para disculparse, por mucho que eso no fuera del todo propio de William, pero cuando le vi girar bruscamente hacia la puerta de la estancia, mis sentidos se pusieron alerta. Todo mi cuerpo lo hizo.

—Ruby —repitió, ahora más serio—. ¿Cuántas balas te quedan?

Con las manos temblorosas desmonté el cargador y eché un vistazo. El escalofrío que me recorrió la columna casi logra desestabilizarme.

—Tres —dije con la voz temblorosa—. Joder, William. Sólo tres.

—Está bien. Tranquila. Yo tengo seis, son suficientes.

—¿Suficientes? —negué incrédula—. Ni siquiera sabemos cuántos hay ahí abajo. Podrían ser veinte, o treinta. O peor: cientos.

—O podrían ser sólo un par.

El sangre pura resopló y yo me mordí el labio para no dejarme llevar y acabar golpeándole.
En alguna parte del edificio, un tablón del suelo crujió y cedió. Un aullido profundo rompió el silencio, empezó como un suave gemido y acabó en un intenso agudo. Sonó inhumano, horrible, escalofriantemente terrorífico. Nada en el mundo se asemejaba al alarido de un karsha.
Y estaba cerca.

—Mantente detrás de mí —me ordenó William, adentrándose en el pasillo.

—Más quisieras.

De pronto, un karsha me agarró del hombro. Dejé que mi instinto actuase por sí sólo y me di la vuelta con el dedo en el gatillo de la pistola, preparada para disparar. Mi pie impactó en el lateral de su cabeza. El impacto lo mandó tambaleándose hasta la pared opuesta, pero el agarre de su mano seguía ejerciendo presión sobre mí. Su expresión de sorpresa cambió a una de terror en cuanto miró hacia abajo y vio la pistola contra su pecho.
No lo dudé y apreté.
Un sonido gutural se escapó de su boca antes de explotar y convertirse en polvo negro.

Con la pistola aún en la mano, me di la vuelta en busca de William. Se encontraba a varios metros de mí, peleando cuerpo a cuerpo con un karsha robusto y alto. Lo primero que pensé fue en ir en su ayuda, pero él debió de verme, porque lanzó al karsha por los aires y me miró.
—Ruby, corre.

—¿Qué? ¡No voy a dejarte aquí!

—Yo puedo con esto, tú tienes que salir de aquí.

Mi voz salía a trompicones, estaba fatigada, sin embargo William se encontraba tan perfecto como siempre. Como si no estuviera lidiando con un monstruo del infierno que le sacaba varias cabezas.
Fui a replicar, pero cualquier cosa que pudiera haber dicho hubiese sido acallada por los gritos infames de los karshas que se escucharon en aquel momento. Sonaban más y más próximos cada vez y el pánico comenzaba a apoderarse de mí.

William, aún con la vista clavada en mi dirección, alzó la pistola y disparó. Al principio pensé que había perdido todo rastro de cordura, pero cuando vi al karsha desplomarse tras él, no pude hacer más que sorprenderme.

¿Cómo le había oído y yo no?

—Ahora —volvió a captar mi atención—. Márchate. Intenta salir de aquí lo más rápido que puedas. Yo te alcanzaré, te lo prometo.

—No puedes prometerme algo así, William. No sabes cuántos de esos bichos están viniendo hacia aquí ahora mismo. ¿Y cuántas balas te quedan? ¿Cinco? ¿Crees que son suficientes?

—No necesito las balas si aún mantengo mi poder.

Eso era cierto, pero no pensaba darle la satisfacción de oírmelo decir en voz alta. Me crucé de brazos.

—Estás débil.

—No tanto como tú. Joder, de verdad. ¿Tanto te cuesta acatar mis órdenes? ¡Lárgate!

—¡No intentes ir de héroe, yo también quiero ayudar!

Un disparo.

Salté del susto y reculé varios pasos.

—¿William?

La bala cayó al suelo tras el sonido, y cuando le vi cargar el arma, abrí los ojos de par en par.

—¿¡Qué coño haces!?

De nuevo, tuve que saltar y retroceder para que no me alcanzara. No podría creer que me estuviera disparando. Y mucho menos que estuviera gastando munición de aquella manera tan estúpida.

Si es que no pensaba matarme, claro.

Al llegar al límite del pasillo me agarré a la barandilla de las escaleras. Aunque no fuera lo que se dice estable, me bastó para no caerme.

—Voy a seguir disparando hasta que te vayas, Ruby. Tú decides.

—¿¡Es que has perdido la cabeza!? —grité—. ¡Necesitamos las ba...

Otro más, y un nuevo rebote por mi parte, acompañado de un grito que ni siquiera me di cuenta que solté.

No esperé a que volviera a disparar, me di media vuelta y bajé las escaleras de dos en dos. Ignoré el dolor de mi espalda y salí corriendo.
La salida irradiaba una luz casi celestial, no estaba tan lejos. Iba a conseguirlo. Tenía que conseguirlo, porque de no ser así, me enfadaría mucho con los dioses por haberme dejado morir en aquel tugurio.

—Vaya, vaya. ¿A dónde vas tan rápido, guapa?

Me tropecé cayendo hacia un lado. El corazón me bombeaba tan fuerte que pensé que iba a escaparse de mi pecho y lograr la libertad sin contar conmigo. El karsha apareció unos pocos metros detrás de mí. Al igual que el que había matado hacía apenas unos minutos, este también parecía un monstruo. No reflejaba vida alguna, y en sus ojos —completamente negros— el único atisbo de humanidad que podía verse era mi reflejo. Su piel era tan pálida que las venas se podían ver con total claridad. Todas ellas. De su boca borbotaba un líquido escarlata que le iba resbalando por la barbilla hasta llegar a su cuello, donde se perdía en el cuello de la camisa negra que llevaba. Parecía algo sacado de la peor película de terror que pudiera encontrarse. Era demoniaco y petrificante.

Pero su aspecto no se mantuvo más allá de esos pocos instantes. La magia volvió a cubrirle, mostrándolo tal y como todos los mortales le veían: como a un perfecto joven. Atractivo, incluso.
Era un rubio de infarto.

—¿Estás tú sola? —preguntó con una voz grave. Me arrastré hacia atrás, sin apartar los ojos de él en ningún momento, analizando su cuepo a cada movimiento y gesto. El perfecto rubio me bloqueaba la salida. La única salida. Sabía que no podía quedarme quieta mucho más tiempo, debía actuar. Palpé el suelo con cuidado hasta rozar la pistola en un sigiloso giro de muñeca, intentando alcanzarla.

Él rió sin humor alguno.

—Yo que tú no lo haría, guapa —me quedé quieta. Agitó la mano y una ráfaga de aire apartó el arma de mí tan lejos que ya ni llegaba a verla—. Verás, te explicaré cómo funciona esto. Yo tengo hambre, tú pareces apetitosa... voy a comerte.

—Vete a la mierda —mascullé.

De nuevo, esa risa carente de vida.

—Me gusta tu carácter. Quizás si suplicas, quiero decir, si me lo suplicas mucho; te mataré de forma rápida.

—Atrévete y acabarás como tu amiguito el de arriba. Reducido a cenizas.

Deseé que sonara suficientemente amenazador, pero no lo hizo.

—Tu pistolita está demasiado lejos como para que logres alcanzarla —dijo, sonriendo de forma descarada—. Tienes un intenso dolor en la espalda, por lo que he notado. Y además, para colmo, careces de poderes. Porque de ser lo contrario, ya los habrías usado contra mí. ¿Me equivoco?

—Mátala ya, Rick —dijo una tercera voz a sus espaldas. Cuando la luz le iluminó, vi que se trataba de otro karsha. Uno delgado y moreno. También irresistiblemente guapo. Sus ojos se tornaron negros y después mostró su verdadera apariencia. Daba tanto asco como todos. Se relamió, mirándome fijamente—. Mátala, mátala, mátala.

Entonces vi clara mi oportunidad. La experiencia me había enseñado que los karshas hambrientos —realmente hambrientos— resultaban ser también los más estúpidos. Me puse en pie con cierta dificultad e hice el amago de ir hacia él. Al instante, el karsha se abalanzó en mi dirección y yo aproveché para correr en la trayectoria contraria. Directa a la puerta. La puerta que me daría la libertad y podría salvarme. Una vez fuera, sería más fácil librarme de ellos.

Un atisbo de esperanza me impulsó a correr con más fuerza. Las piernas me dolían, pero no podía detenerme, no debía hacerlo, y nada conseguiría pararme. Tenía la escapatoria a tan solo unos cuantos metros más.

Ocurrió lo peor que podía pasar. Un muro de llamas se alzó frente a mí, ardiendo con fiereza y levantándose hasta rozar el techo. El fuerte calor me hizo retroceder. Por el rabillo del ojo vi cómo el segundo karsha, el moreno, se regocijaba en su propio júbilo. Había sido él. Y el otro le estaba ayudando a mantener la altura de las llamas con la fuerza del aire.

—No tienes escapatoria —dijo el karsha rubio—. Ahora no te queda otra que quedarte a jugar con nosotros.

—Antes muerta.

—Veo que ya lo vas entendiendo —rió—. Herd, quémala viva.

El karsha moreno rió con tanta fuerza que pareció que iba a desgarrarse la garganta. Después, alzó las manos al aire y sentí el calor aumentar a mis espaldas. Cerré los ojos, esperando lo peor. Ya no me quedaba solución alguna. Iba a morir allí, sin haberme despedido de nadie, sin haber tenido la oportunidad de decir te quiero a aquellos que me importaban. Ese iba a ser mi final, chamuscada en llamas provenientes del odio de un demonio.

Joder, iba a morir siendo aún virgen.

Pensé entonces en que si de verdad esos iban a ser mis últimos instantes con vida, no quería que terminaran a manos de un karsha. Por ello, abrí los ojos, me di la vuelta y camine segura hacia el incendio.

Escuché las quejas de los dos karshas a mis espaldas, y a uno de ellos —supuse que el moreno, ya que era el más inestable— soltando alaridos y acelerando el paso.
Pero para sorpresa de todos, mi muerte nunca llegó.

Frente a mí, él atravesó las llamas caminando como si nada. El fuego no le quemó, ni tampoco destrozó su ropa. Cruzó el muro del ardiente elemento como si nada, sin inmutarse. Todo él estaba intacto, ni siquiera se había despeinado su dorado cabello. Sus ojos, sus fríos ojos azules se clavaron en mí, y yo me estremecí.

Era él, sin ninguna duda era él. Seth Kafkis.

Jamás olvidaría su nombre o su cara, por mucho tiempo que pasara. La primera vez que lo vi, fue desde la distancia, y a pesar de que fuera uno de los sangre pura más inalcanzables, yo me quedé observándole cruzar el campus. Caminaba tranquilo y seguro, como si nadie fuera rival suficiente para él. Muy parecido a cómo lo hacía William, la verdad.

Sin embargo, que Seth se encontrara allí sólo podía significar una cosa: los soldados habían llegado. Nos habían encontrado.

Nuestros ojos se encontraron y entonces él miró por encima de mi hombro.

—Al suelo.

Fue una orden clara. Una orden la cual acaté al segundo, sin dudarlo. Me tiré al suelo como toda una profesional, como si me hubiera pasado los últimos seis años de mi vida ejerciendo de especialista de cine. Un rayo de calor me pasó por encima, dando exactamente en el blanco. Todo tembló por el fuerte golpe que dio de lleno a los karshas. Sus gritos fueron tan agudos que me forzaron a cubrirme la cabeza con los brazos.

Alcé la cabeza cuando todo quedó en silencio, y vi cómo Seth bajaba la mano y el fuego se extinguía con un chasquido poco común tras hacerlo. No había nada, no se oía nada. Olía a humo, madera quemada y cuerpos chamuscados.

Había terminado. Estaban muertos y el peligro había pasado.

Estaba. A. Salvo.

Intenté incorporarme, pero el dolor de mi espalda se volvió tan intenso que acabé por hacerme un ovillo en el suelo y gritar.

Tan rápido como había sucedido, tenía a Seth acuclillado a mi lado, con sus manos sobre mis hombros, poniéndome boca arriba sobre el suelo.

—¿Ruby? ¿Estás bien? Joder, dime algo.

Creo que asentí.

—Dioses, menos mal. ¿Qué te duele?

—La... —negué cerrando los ojos con fuerza—. La puñetera espalda.

Seth rió aliviado.

—¿Un mal golpe?

—Llevo durmiendo en sitios incómodos demasiado tiempo —murmuré—. Aunque no sé si eso se puede considerar dormir.

No sé cómo, pero Seth logró pasar un brazo alrededor de mi cuerpo sin causarme más dolor. Al ponerme en pie me tambaleé un poco mientras él me apartaba el sucio pelo de la cara y me obligaba a girarla para poder examinar los daños.

—En cuanto regresemos a Schaurig te curarás —dijo seguro, para después sonreír—. Estás hecha un asco. Y hueles que apesta.

Me eché hacia atrás, con los ojos bien abiertos.

—¡Joder, gracias! ¡Es todo lo que deseaba escuchar en este preciso instante de mi vida! ¡Wow, gracias Seth!

El rubio echó la cabeza hacia atrás y rompió a reír en una fuerte y sonora carcajada. A pesar de no querer hacerlo, se me escapó una sonrisa. Pocas veces se podía ver a Seth de aquella manera.
Cuando recuperó el aliento, dio un paso hacia delante, pegándose más a mí. Pensé que me ayudaría a caminar hasta la salida, pero lo que hizo fue abrazarme.

—Lo siento, lo siento —aún se notaba el fantasma de la risa en sus palabras—. Pero es verdad.

Necesitas descanso y una buena ducha.

—Y una hamburguesa doble, con extra de queso y patatas.

Enarcó una ceja.

—Está bien —aceptó—. También una hamburguesa.

Avanzó conmigo agarrada de la cintura, pero no llegamos a dar más de dos pasos cuando la voz de William se escuchó clara a nuestras espaldas.

—¡Ruby!

Me giré inmediatamente, sintiéndome estúpida de golpe por no haber pensado en mi espalda. Pero no me importó. Venía corriendo hacia nosotros, con varios mechones de su oscuro pelo cayéndole de forma dispar sobre la frente y los ojos. No se molestó en apartarlos, sólo se apresuraba en acortar las distancias entre nosotros.

Sentí el brazo de Seth deslizarse sobre mi espalda con delicadeza. Me miró por el rabillo del ojo, como si me estuviera preguntando si podía mantenerme en pie por mí misma. Al asentir, rompió el contacto entre ambos y dio un paso al frente.

William se veía totalmente agotado. Tenía el pelo revuelto, sudor cayéndole por la frente y el cuello y un moretón en el pómulo derecho. Cuando estuvo a menos de un metro de mí, me dispuse a caminar para acercarme, pero el brazo de Seth me detuvo.

—¿Seth?

No me respondió. Los ojos de William cayeron sobre mí y una sonrisa cansada se apoderó de sus labios.

—Por los dioses, Ruby. Menos mal que estás a sal...

El puño de Seth impactó tan rápido contra el estómago de William que apenas tuve tiempo de darme cuenta de qué había pasado. De no haber sido por el grito de dolor que el moreno soltó, y porque se dobló sobre sí mismo, ni siquiera me hubiera percatado de que Seth se había movido.

—Esto por ponerla en peligro —masculló. Volvió a alzar el brazo, golpeándole esta vez en la cara—. Esto, por dejarla sola.

William cayó al suelo, retorciéndose de dolor. No obstante, se estaba riendo. Intenté alcanzar a Seth antes de que este volviera a la carga, pero él era más rápido. Mucho más rápido.

—¡Seth, basta!

—Y esto —otro puñetazo en el abdomen—, simplemente porque me das asco.

Después de aquello sencillamente se detuvo. Se quedó inmóvil frente al dolorido William, quien le miraba sonriendo y con sangre resbalando por su barbilla. Yo ignoré la molestia y corrí hacia él, pero cuando quise agacharme para socorrerle, me detuvo.
Le miré incrédula.

—William...

Negó y escupió al suelo.

—No, me lo tengo merecido —dijo, para volver a centrarse en Seth—. Gracias.

—Vete a la mierda.

—¡Seth, para ya! ¡Pareces un crío! —grité— ¡William ha estado protegiéndome todo este tiempo!

Pude ver cómo su cuerpo se tensaba ante mis palabras. Bajó la cabeza, susurró algo que me fue imposible de entender y se dio media vuelta.

—¿Y dónde estaba cuando esos karshas casi acaban con tu vida, Ruby? —preguntó. Su voz era apenas un murmullo—. ¿Protegiéndote con el poder de su amor por ti? Qué bonito. La próxima dile que te quiera más fuerte, porque al parecer no funciona del todo bien.

No supe qué responder, me había pillado totalmente desprevenida. William alzó su mano hasta tocarme la pierna y se quedó así.

—Ya veo —dijo Seth.

Y sin más, se marchó. Tan sigiloso como siempre, sin darme la oportunidad de responderle a aquello, y dejándome con la seguridad de que mi silencio le había dolido.



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